Simón Rodríguez nació en Caracas, Venezuela, la noche
del 28 de octubre de 1771. Fue bautizado el 14 de noviembre de ese año como niño expósito. Criado en casa del sacerdote
Alejandro Carreño, toma de él su apellido y es conocido como Simón Carreño
Rodríguez. Documentos de la época y otros testimonios hacen pensar que el
sacerdote era en efecto padre de Simón Rodríguez y de su hermano José Cayetano
Carreño, cuatro años menor que él y quien se desarrollara como
notable músico. Su madre Rosalía Rodríguez era hija de un propietario de
haciendas y ganado, descendiente de canarios. En mayo de 1791 el Cabildo de
Caracas le da un puesto como profesor en la “Escuela de Lectura y Escritura
para niños”, en 1794 presentó un escrito crítico “Reflexiones sobre los
defectos que vician la escuela de primeras letras en Caracas y medios de lograr
su reforma por un nuevo establecimiento”. En esta escuela tiene la oportunidad
de ser el tutor del futuro Libertador Simón Bolívar. Fuertemente
influenciado por Emilio de Jean-Jacques
Rousseau, Simón Rodríguez desarrolla una revolucionaria concepción
de lo que debe ser el modelo educativo de las naciones americanas. El mismo Bolívar en carta al
general Santander en 1824 decía que su maestro "enseñaba
divirtiendo". Este espíritu que intentaba romper con las rígidas
costumbres educativas del colonialismo español se reflejaría en toda la obra y el
pensamiento de Simón Rodríguez.
Su participación en la conspiración de Gual
y España en contra de la corona española en 1797 lo fuerza a dejar el territorio
venezolano.
En Kingston, Jamaica, cambia su nombre
a Samuel Robinsón, y después de permanecer algunos años en los Estados Unidos,
viaja a Francia (1801). En 1804 se encuentra allí con Simón Bolívar, de quien
había sido maestro cuando niño. Juntos realizan un largo viaje por gran parte
de Europa.
Son testigos presenciales de la coronación de Napoleón Bonaparte en Milán, como Rey de Italia y de Roma. Y es testigo del famoso juramento de Bolívar sobre el monte Sacro, en
donde profetiza que liberaría a toda América de la corona española, y lo
registra para la historia.
Entre 1806 y 1823, mientras se libraba gran parte de
la Guerra de
Independencia en su natal Venezuela, Rodríguez se hospeda en Italia, Alemania, Rusia, Prusia, y Holanda. Luego daría su opinión sobre este
periodo de tiempo diciendo:
Permanecí en
Europa por más de 20 años; trabajé en un laboratorio de química industrial […];
concurrí a juntas secretas de carácter socialista […]. Estudié un poco de
literatura, aprendí lenguas y regenté una escuela de primeras letras en un
pueblecito de Rusia.
Regresa a América en 1823, usando el nombre de Simón
Rodríguez nuevamente. En Colombia establece la primera escuela-taller en 1824. Atiende el llamado hecho por Bolívar
desde el Perú y es nombrado “Director de la educación Pública,
Ciencias, Artes Físicas y Matemáticas” y “Director de Minas, Agricultura y Vías
Públicas” de Bolivia.
En 1826, establece una segunda escuela-taller como parte del proyecto
para toda Bolivia. Pero el Mariscal Antonio José de
Sucre, presidente de Bolivia desde octubre de 1826 no tenía una
buena relación con él, por lo que Rodríguez dimitió el mismo año, trabajando el
resto de su vida como educador y escritor, viviendo alternadamente entre Perú, Chile y Ecuador. Muy importante es su trabajo titulado Sociedades
Americanas, dividido
en varias ediciones publicadas en Arequipa (1828), Concepción (1834), Valparaíso (1838), y Lima(1842). El texto insiste en la
necesidad de buscar soluciones propias para los problemas de Hispanoamérica,
idea que sintetiza su frase:
La América
española es original, originales han de ser sus instituciones y su gobierno, y
originales sus medios de fundar uno y otro. O inventamos, o erramos.
Otra obra importante fue El Libertador del Mediodía
de América y sus compañeros de Armas (1830), un alegato sobre la lucha social
que emprendía Bolívar en esa época.
En los años finales de su vida dio clases en varios colegios de Quito y Guayaquil (Ecuador); debido a un incendio que
azotó esta ciudad, gran parte de su obra quedó hecha cenizas.
En el año de 1853 emprende su último viaje rumbo a Perú al lado de su hijo
José, y Camilo Gómez, un compañero de éste. Gómez lo asiste en su muerte, en el
pueblo de Amotape. Sus restos son trasladados setenta años después al panteón
de Perú, y luego a su Caracas natal en donde reposan hoy en día en el Panteón Nacional desde 1954.
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